Ricardo Vallmitjana: historiador de su pueblo

Por Christian A. Masello / Fotos de Noelia López
Por la calle Mitre, casi al llegar a la intersección con Rolando, se encuentra un local de prendas infantiles de esas que suelen denominarse tejidos Bariloche, es decir pulóveres con franjas coloridas, camperitas con ovejas, ese tipo de cosas.
El negocio se llama Toki, vocablo mapuche que refiere a la cabeza de piedra del hacha que usaban las autoridades guerreras, a las que también se les daba ese nombre.
Atiende un señor de setenta años, con cicatrices en el alma (ha sufrido una de esas pérdidas que si el mundo fuera perfecto no deberían ocurrir), y un espíritu imbatible que lo hace perseverar y seguir adelante.
Sus buenos modos se reflejan en la atención al público; trata a cada cliente con deferencia.
Pero, más allá de que en la actualidad se dedica a la venta de ropa, su verdadera vocación es la historia, o, mejor dicho, las diversas historias que conforman “la” historia de Bariloche.
Ricardo Vallmitjana es un conocedor profundo de lo que ha sucedido en esta parte del globo. Y una de sus principales características es que sabe cómo contarlo.
Cada acontecimiento referido a esta tierra, en su voz, se transforma en algo así como un cuento del que nadie quiere perder el hilo.
Pero, más allá de que es interesante oír lo que tiene para contar, también es posible leerlo, ya que es autor de un libro considerado un clásico de la región: Bariloche, mi pueblo, que tuvo incluso una traducción al inglés.
Además, hizo cuadernillos (alrededor de treinta), ilustrados con muchas fotografías, sobre temas específicos, que se podrían considerar algo así como capítulos de una obra sin final.
Por ejemplo, una de esas publicaciones refiere al Nahuelito. Justamente, hace poco, por el conocimiento de esa edición, lo visitaron trabajadores de la televisión japonesa (NHK) que querían realizar una película sobre el tema y deseaban consultarlo.
Cuando recuerda ese encuentro con los representantes de la tv nipona, se larga a hablar sobre los orígenes de la leyenda del Nahuelito: “Vamos a sintetizarlo de este modo: ¿dónde se encontraron los dinosaurios más grandes? En la Patagonia. La indiada, desde tiempos remotos, cuando salía y hallaba un esqueleto gigante decía: ‘Ah, que no venga uno así que nos va a comer’. Hay relatos de animales grandes, peligrosos, desde siempre. ¿Qué pasó? Cuando se trabajaba en la comisión de límites, mil ochocientos noventa y algo, en una cueva encontraron una piel de pelos largos de siete centímetros, marrón, con huesos, placas dérmicas, y…”.
Interrumpe el relato porque entra un hombre que suele venir a Bariloche una vez al año y nunca se va sin llevarse algunos de los cuadernillos escritos por Vallmitjana.
En esta ocasión, compra cuatro, y se lleva también la narración oral que Ricardo le hace de Butch Cassidy y su estadía en Cholila.
El cliente sale y el historiador reanuda su versión del Nahuelito: “Cuando se encontró aquella piel, la sociedad científica dijo que en la Patagonia podía haber animales que se consideraban extinguidos; ahí se empezó a hablar de un dinosaurio. Un vecino de Epuyén, un norteamericano llamado Martin Sheffield, escribió una carta al director del zoológico de Buenos Aires, Clemente Onelli, en la que decía que lo había visto y pedía que le pagaran para ayudar a atraparlo. La revista Caras y Caretas publicó varios artículos donde se hablaba de un plesiosaurio. El estadounidense también se comunicó con su país y se armó un despiole internacional. Hubo tanto ‘ruido’ que hasta se hizo un tango”.
Ricardo muestra uno de sus librillos, el referido al Nahuelito, titulado El monstruo del lago, donde figura la letra de aquella composición, que, en una de sus partes, dice: “Yo soy un pobre animal buscado/ por los ingratos y sin conciencia./ Porque soy raro y también lo soy curioso/ (según dice la gente allí)./ Dejemen solo aquí gozando/ en la soledad de este lago/ ¿Qué es lo que haréis con sacarme, si es en vano/ llevarme vivo de este lugar?”.
“En definitiva”, sigue Vallmitjana, “se organizó una expedición para capturarlo, y, mientras tanto, fabricaron lapiceras que tenían la cabecita del plesiosaurio: en la escuela, todos los chicos las querían.”
Así, el historiador relata el origen de la explotación de la imagen de ese supuesto gigante para su uso comercial: “Hasta se hicieron cigarrillos marca Plesiosaurio”, señala.
“La cosa había tomado vuelo”, afirma. “Eran los años veinte. Incluso los protectores de animales se pronunciaron. Onelli sabía que Martin Sheffield inventaba cuentos divertidos y no le creía, pero tuvo que mandar una expedición porque existía una presión grande.”
El mito del plesiosaurio se expandía, pero la realidad lo desinflaba: “Vinieron los mejores periodistas de Argentina y debían mandar notas a Buenos Aires, pero, como no tenían nada acerca de ningún dinosaurio ni algo parecido, hablaban de los lagos, las cascadas, los bosques… En la laguna donde Sheffield afirmaba que lo había visto, no se encontró indicio alguno que indicara la existencia del monstruo, al contrario. Cuando la revisaron, se dieron cuenta de que tenía un metro diez centímetros de profundidad: el animal que el estadounidense decía haber visto no cabía en ese espacio”.
Según cuenta Ricardo, al año de no obtener noticias relacionadas con el supuesto plesiosaurio, los periodistas regresaron a Buenos Aires, pero, desde Bariloche, los reporteros locales mandaron más notas. Así, en los periódicos capitalinos aparecieron titulares que hablaban de su captura, junto a fotos en las que se veía el perfil de una bestia gigante. ¿Cómo se entiende aquello? El historiador desentraña el misterio: “Era carnaval, fabricaron un muñeco, una mascarita… Fue el chiste más grande que se pudo haber hecho”.
–Entonces, ¿Nahuelito no existió?
–Hay gente que nació y vivió toda su vida j
unto al lago y nunca vio nada. Cuando aparecieron las lanchitas de plástico, los motores fuera de borda y empezó a navegar gente desconocedora de la zona, solía pasar que se hablaba de la aparición del monstruo.
–¿Pero qué es lo que esas personas que creyeron estar frente al Nahuelito vieron en realidad?
–Están las embarcaciones que van en distintas direcciones y generan una especie de ola… puede ser eso. Incluso a mí una vez me pasó algo bastante extraño, en un laguito al sur. Vi el agua revolviéndose. Me acerqué y eran bullines en celo; había más o menos cien y armaban toda una bola casi fuera del agua. Observabas de lejos y parecía un monstruo. En definitiva, tengo juntados más o menos unos cincuenta o sesenta avistamientos, pero ninguno que cierre bien.
Tras su relato acerca de Nahuelito, Ricardo, que en 2012 sufrió un asalto violento en su casa que le dejó dos puñaladas en un hombro y una bala incrustada en una pierna (“hoy camino con pie de plomo”), narra su propia historia: “Nací a media cuadra de aquí, en Mitre 350. Luego fui con mis padres a Buenos Aires, donde me quedé hasta los cinco años y después regresé a Bariloche. Allá vivía en un lugar cercano al Museo de Ciencias Naturales, y lo visitaba seguido. Aún recuerdo qué había en cada vitrina; era increíble, me gustaba mucho. Acá fui a la escuela y aprendí de mi papá el oficio de fotógrafo.
Cuando era pibe, el turismo que venía era, en su mayor parte, de parejas que hacían su viaje de bodas y yo, que las acompañaba porque hacía de guía a la vez que les sacaba fotos, intentaba hablarles, pero, claro, no me daban bolilla.
Ahí se me ocurrió lo de contar historias, para que me prestaran atención. Relataba cosas que había oído en mi casa, de chico, porque a mi hogar venían muchas personas mayores que conversaban y yo escuchaba curioso.
Además, estaba lo que había visto por mi cuenta, porque cuando era un nene caminaba por la costa y juntaba hojas petrificadas; también andaba por los cerros… Empecé a jugar con todo eso y noté que los turistas se quedaban atentos. Continué y comencé a reunir cosas, documentos, y hoy mi biblioteca es un monstruo. A los dieciocho o veinte años había escrito un borradorcillo de libro, con fotos. Mucho después, la Fundación Antorchas descubrió aquellas páginas, me pidieron que las actualice un poco y las publicó. Así nació Bariloche, mi pueblo. Hubo varias ediciones, una de ellas en inglés. Ahora hago libritos que tratan temas específicos, a fondo. Bariloche, mi pueblo es una historia general, en cambio en los textos nuevos me meto de lleno en cada temática. He juntado mucho material. Por ejemplo, fotos tengo ‘apenas’ unas cincuenta mil, desde 1884 hasta los sesenta. Con lo que hago, con esto que escribo, no busco ganar dinero, sino que pretendo que la historia no se pierda”.
Antes de la despedida, Ricardo habla de su legado, del temor a que todo lo que reunió a lo largo de los años se extravíe y termine en el olvido. Sin embargo, tiene una esperanza: “Quizá alguno de mis nietos continúe con lo que yo empecé”.