Luis Caram: felicidad sobre las tablas

Por Chirstian Masellio. Fotos de Noelia López

Actor, cantor, un hombre que siempre intentó materializar sus inquietudes culturales y sociales

En mayo de 1960 hubo en terremoto que tuvo su epicentro en Valdivia, Chile, y alcanzo los 9.5 en la escala sismológica de magnitud de momento.

Aquella jornada, en la biblioteca Sarmiento barilochense, los actores que conformaban el Instituto Vuriloche de Arte Dramático (IVAD), ensayaban la obra Gente que crece, de Rafael Gallegos, quien la había cedido a la agrupación en exclusividad.

De pronto, una de las actrices que debía entrar en escena, cuando lo hacía, sintió un cimbronazo y casi cae.

Todos se miraron entre sí.

El director, Miguel Ángel Cornaglia, acostumbrado a pasar mucho tiempo en Chile, y por ende habituado a los temblores usuales en ciertas partes de aquel país, detuvo momentáneamente el ensayo y pidió a sus dirigidos que observaran las grandes telarañas que colgaban del techo. “¿Ven cómo se mueven?”, preguntó. “Es porque acaba de haber un movimiento, pero no es para preocuparse, tras la cordillera es frecuente que se produzcan.”

 

A los quince minutos, todo se empezó a bambolear.

Luis Caram, uno de los jóvenes intérpretes, le dijo al director: “Señor Cornaglia, ¿qué le parece si salimos…?”.

Y así lo hicieron.
Fueron a la plaza aledaña, y ahí, con la vista en el lago Nahuel Huapi, observaron con horror cómo el agua se levantaba y se llevaba para siempre el muelle…

Durante la semana, hubo ceniza volcánica, nevó, y se produjeron pequeños movimientos como ecos de aquel mayor que los antecedió. Pese a todo, la obra se estrenó. Sólo diez personas acudieron a la cita. Tal vez, dadas las circunstancias, podría definirse como un éxito.
Aquella fue la primera vez que Luis Caram enfrentó al público como actor.

   “Mi papá, Pedro, vino desde el Líbano”, cuenta Luis. “En 1923 arribó a Buenos Aires y al año siguiente a Bariloche.”

Eligió esta localidad del sur argentino porque aquí vivía una prima, y, como era natural, los inmigrantes buscaban coincidir en colonias de idéntica ascendencia y, en lo posible, junto a familiares que hubieran realizado la misma ruta con anterioridad.

   “En 1928”, continúa Luis, “mi papá abrió su primer negocio en la calle Mitre, en un lote que le vendió don Primo Capraro.”

Justamente, la conversación que mantenemos se produce en el terreno que su padre compró. Aquí, ahora, funciona la galería Arrayanes, de la que Luis es unos de los administradores.
Colgado en una pared, está el primer impuesto que su progenitor abonó a lo que entonces era el Territorio Nacional de Río Negro. En 1936, Pedro se casó con una hija de árabes que vivía en Buenos Aires y la trajo con él a Bariloche. En 1941, la pareja tuvo a su tercer hijo, Luis.
Para el alumbramiento, Eva viajó a Buenos Aires con la intención de estar junto a sus padres, pero pronto regresó a Bariloche.
Por cuestiones relacionadas con el estudio, Luis pasó diez años, entre 1948 y 1958, en la capital del país, pero, transcurrido ese tiempo, volvió al sur.

De aquella época porteña pasada en el barrio de Palermo, el hombre evoca instantáneas mentales donde aparecen la fogata de San Pedro y San Pablo (esa festividad entre pagana y religiosa que se acostumbraba realizar los 29 de junio y aunaba a los vecinos porteños), el paso del hielero (que distribuía sus grandes barras congeladas), los carritos que vendían mandarinas, el sodero que distribuía su producto con la ayuda de un caballo que parecía saber en qué dirección debía hacer cada parada… tardes en las que se jugaba a la pelota en plena calle…

Desde aquel entonces, los cambios producidos en la capital han sido muchos: “Hoy, si tengo que ir a Buenos Aires, la verdad es que me desacomodo tanto que no sé dónde estoy”, expresa Luis.

   A su vuelta a Bariloche, con dieciocho años, el joven Caram buscaba insertarse en algún grupo social en el que se sintiera cómodo, por eso, cuando una tarde en la que jugaba al ajedrez en un bar clásico de aquella época llamado América, ubicado en Palacios y Mitre, uno de los participantes en esa contienda de peones y reyes lo invitó a una reunión de una agrupación teatral, aceptó con gusto.

“Fui y nunca más salí de lo que es el teatro, me enamoré de la actuación para siempre”, afirma. “Cuando te subís a un escenario y sentís la comunicación con la gente, no te querés bajar más.”
El grupo en cuestión era el IVAD, que se había formado en 1956 pero que en aquel momento había entrado en una especie de crisis y sus integrantes buscaban revivirlo. Si bien el debut de Luis fue en aquella función posterior al “lagomoto” a la que apenas acudió gente, lo que siguió deparó incontables sorpresas.

Fueron muchas las obras de las que realizaron más de treinta funciones a sala llena.

“Hacíamos dos o tres puestas por año, con muy buena respuesta de público, cosa que nunca más se dio en Bariloche, no sé por qué… Ahora la gente no responde al teatro como lo hacía con nosotros”, señala Luis.

“Había mucho menos población pero las personas estaban más comprometidas con la actividad cultural”, opina.

Y ahonda: “Bariloche siempre fue muy rica artísticamente, con un grupo importante de pintores, escritores, músicos, el teatro que hacíamos nosotros… En los sesenta, la ciudad tenía más actividad cultural que toda la provincia junta”.

“Fue un fenómeno que se dio por el tipo de gente que se había radicado acá”, analiza, “por cómo se conformaba la comunidad.”

“Cuando la biblioteca tenía 180 butacas, había ocasiones en que colocábamos sillas a los costados, porque venían más de 200 personas a vernos”, relata.

Justamente, la biblioteca Sarmiento fue el ámbito donde se desarrolló el IVAD, y cuando ya no pudieron estar allí, nada fue igual…

“En un momento determinado nos pidieron que nos fuéramos”, explica. “La biblioteca se iba a convertir en un centro cultural y nos dijeron que lo nuestro era monotemático, ya que hacíamos exclusivamente teatro. Con los recursos que producíamos prácticamente se había hecho el escenario, colocado telones, mejorado la calefacción; hicimos inclinar el piso para que se pudieran ver bien las obras, alfombramos las entradas… pero nos tuvimos que ir… La mayor parte de las cosas que teníamos, con las que trabajábamos, las donamos a la Escuela de Arte La Llave.”

Esporádicamente, hubo algún que otro encuentro donde algunos miembros del IVAD se volvieron a reunir, pero sólo eso…

“En la actualidad”, indica con una media sonrisa, “los que formábamos el grupo estamos dispersos y nostálgicos.”

En forma paralela a la actuación, Luis Caram desarrolló diversas actividades: “Participé en lo que primero fue una Comisión Municipal de Cultura, desde 1966 a 1969; luego, con el intendente de aquel momento, concreté la creación de la Dirección de Cultura, que se incorporó a la estructura del municipio, y fui su director hasta 1978”.

Caram se retiró del cargo porque, además de la oscuridad que planteaba la presencia de los militares en el poder, se sintió molesto por un giro que dieron a un viejo objetivo suyo: “Yo había trabajado bastante por construir en Bariloche un centro cultural. Logré que la provincia le done a la municipalidad un terreno. También conseguí que se hiciera un concurso de anteproyectos. Y, cuando sólo faltaba conseguir los fondos para la construcción, apareció la posibilidad de obtener el capital para un centro de convenciones, entonces tomaron el proyecto aquel del ‘Centro Cultural Bariloche’, que así se iba a llamar, y lo convirtieron en ‘Centro de Convenciones de Bariloche’ junto a un agregado que decía algo como ‘y actividades culturales’. A mí eso me fastidió mucho y me fui, porque convertían la idea en algo turístico y perdía su base social”.

  En aquellos años de plomo, en su calidad de integrante del IVAD, fue citado para presentar los libretos de un par de puestas que habían presentado en aquel tiempo, Saverio, el cruel, de Roberto Arlt, y El amor de los cuatro coroneles, de Peter Ustinov. Preguntaban por qué realizaban tantas obras con referencias militares.

En aquel tiempo, Caram también fue protagonista de investigaciones a nivel personal y lo convocaron a declarar a la guarnición: “Me acusaban de que, como director de Cultura, había hecho una exposición de pintura en el hotel Llao Llao en conjunto con la embajada soviética. También de que en un salón de artes visuales que yo había promovido se premió a un muy buen periodista y dibujante llamado Mariano Villegas, que presentó un dibujo de la masacre de Trelew”.

“No pasó de eso”, manifiesta, “pero el momento fue duro… En aquella época, que te llamaran para hacerte preguntas en la guarnición no era chiste; yo ya tenía mujer, cuatro hijos…”

Caram, que también fue director artístico de LU 8 Radio Bariloche, cargo en el que continuó durante un tiempo cuando la emisora se transformó en LRA 30 Radio Nacional, tuvo, en el nuevo siglo, una incursión importante en la política.

 “El ser humano es un bicho político, y cuando te metés en el arte necesariamente te involucrás en la problemática social”, explica él.

Sobre el tema, profundiza: “Unos amigos, algunos de los cuales también hacían teatro, que estaban en un partido chico, provincial, llamado Movimiento Patagónico Popular (MPP), me invitaron a participar en forma activa y acepté. Surgió la posibilidad de que fuera candidato a intendente. Sabíamos que no iba a ganar, pero queríamos divulgar una idea diferente, y creo que lo logramos”.

En aquella elección de mayo de 2002, donde Alberto Icare, del Movimiento de Unidad y Participación (MUP), fue elegido jefe comunal, la boleta que llevaba como candidato a Caram quedó en tercer lugar.

Cuando se le consulta qué coloca a la hora de llenar un formulario en el sector donde preguntan por su ocupación, Luis Caram suelta: “Cantor”.

“Ni siquiera pongo cantante, porque para mí cantante es un tipo que va a la academia y sabe cantar”, aclara.

Y continúa: “Creo que cantar es una condición natural del ser humano, como pasa con el gorrión o el canario, que cantan y no son cantantes, son pajaritos cantores. Yo soy un animalito cantor”.

   Luis, que proviene de una familia tanguera, con una madre a la que le gustaba entonar tangos, siempre se sintió cerca de la música ciudadana, pero no pasaba de canturrear en comidas con amigos o situaciones similares.

Pero los camaradas tangueros, como el recordado pianista Juancito Taglialegna, lo impulsaron a subirse al escenario.

Así, el nuevo siglo lo encontró como cantor en serio, acompañado de músicos de la talla del bandoneonista Rubén Hidalgo y el pianista Hernán Lugano, además del mencionado Taglialegna.

En una oficina de la galería Arrayanes, terreno donde alguna vez, hace ya decenas de años, funcionó Casa Caram, tienda de ramos generales donde se podía conseguir cualquier tipo de indumentaria para la mujer, el hombre y los niños, e incluso telas, Luis, cuando se refiere a su actualidad artística, dice: “Todo está bastante tranquilo… Para el teatro no me convocan porque ya no doy para galán joven (lanza una carcajada). Y en cuanto al tango, la verdad es que un cantor es lo que menos suelen pedir, ya que buscan más los grupos instrumentales que sirven para que la gente baile, e intentan acotar al máximo los gastos, así que cuantos menos artistas contratan, para ellos, mejor…”.

Más allá de estos días un poco oscos para desarrollar la veta cultural, nunca se sabe qué puede deparar el futuro. Más cuando el propio Luis declara: “Dentro de lo que es la actividad artística, siempre me he movido en forma intuitiva”.

   En cualquier caso, el arte siempre estará presente en su vida. Algo que queda claro cuando expresa: “Los momentos más lindos de mi vida fueron sobre un escenario”.

 

 

 

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