Adrián Candelmi, terrorista creativo

Por Christian A. Masello. Fotos de Noelia López.

El organizador de los encuentros PechaKucha en Bariloche recorre una vida volcada a la publicidad, el diseño gráfico y las apuestas culturales

Tratar de definir en pocas líneas a la persona que se entrevista es un objetivo central de un periodista gráfico. Por lo general se indica la profesión del sujeto en cuestión y algunas de las actividades que ha desarrollado. Ahora bien, cuando el reporteado es Adrián Candelmi, la cosa se complica. Porque su mayor logro quizá sea ser un bicho gratamente raro. Y como en esta nota debo hacer lo posible para explicar quién es, lo voy a resumir en una frase corta y lejos de la academia, aunque creo que certera: es un tipo creativo.

Volcado desde joven a la publicidad y el diseño gráfico, ama la docencia, quizá herencia de su padre, quien ofrecía cursos de formación para adultos. Justamente, uno de sus recuerdos juveniles lo lleva a las veces que, de pequeño, acompañaba a su progenitor a diferentes localidades donde trabajaba.

Adrián y su hermana, que veían a su padre viajar mucho por su labor, decían que ellos jamás serían docentes. Cosas de la vida, hoy ella enseña geografía en Neuquén y él ofrece seminarios de diseño, creatividad y publicidad en Roca, Cipolletti y donde surja, incluso en otros países, pero siempre con Bariloche como base, una ciudad que no le ha hecho las cosas fáciles en lo profesional (aunque algunas de sus propuestas han desbloqueado cualquier traba y calado profundo en la localidad: el ejemplo más claro es el éxito de PechaKucha Night –detalles más adelante…–), pero en la que vive Lorenzo, su hijo de tres años, motor de su vida.

   Candelmi llegó a la localidad en 2013. “Vine por amor, por un proyecto de pareja que lamentablemente no funcionó, pero que dejó un fruto maravilloso”, explica.

Ahora, separado de la mujer por la que aterrizó en esta parte del mundo, no se le cruza por la cabeza la idea de irse, ya que aquí está su hijo. Y, en el día a día, intenta, según sus palabras, “hacer todo lo que pueda creativamente”.

El publicitario nació en Capital Federal. Sus primeros años los pasó en Floresta. Luego, cuando ya había soplado cuatro velitas, la familia se mudó a Ramos Mejía, y allí, en el Oeste bonaerense, transcurrió gran parte de su existencia.

“Cuervo” fanático, cuenta cómo se produjo el acercamiento al club de sus amores: “Mi cariño por San Lorenzo viene de parte de mi papá… me dio la camiseta, me traía figuritas… pero se volvió pasión el día que me llevó por primera vez al Viejo Gasómetro; yo tendría seis o siete años”.

Aún recuerda la vez bautismal en que subió los tablones de madera de la popular en el viejo estadio, agarrado fuerte de la mano de su padre.

Al bucear en esa remembranza se comprende el porqué del nombre de su hijo: Lorenzo.

   A Candelmi siempre le gustó dibujar. De pequeño, trazaba las figuras de los personajes de sus comics favoritos. Así, en sus cuadernos, aparecían Meteoro, Astroboy y Astérix, entre otros.

Durante la adolescencia, llegó el amor por la música. En ese sentido, señala: “Tenía una guitarra; fui muy fogonero, me gustaba tocar para cantar y generar un buen momento”.

Y cuando llegó esa edad en la que ya hay que pensar en la carrera a seguir, Adrián estaba algo desorientado. Fue entonces que a Neuquén, ciudad en la que la familia se encontraba por la labor paterna, arribó un conocido de su papá que trabajaba en una agencia de publicidad porteña. Algo despertó el interés del muchacho, que viajó a Buenos Aires para tratar de comprender qué era aquello y se deslumbró ante aquel mundo que incluía tableros, pinceles, lapiceras de dibujo… “Me ‘pegó’ muy fuerte”, sintetiza él.

Como, más allá de ese universo publicitario con el que se topó, también le llamaba la atención el diseño gráfico, para donde se inclinaba su lado más artístico, se interiorizó en ambos ámbitos y los conjugó durante toda su vida en cada actividad que llevó adelante.

   Así, muchos años después, cuando ya era profesor, a partir de un proyecto de un alumno suyo llamado Patricio Crespi, se lanzó a una aventura extraña: una revista postal, es decir una publicación hecha con postales.

“Se trataba de un objeto cultural en base al formato postal. La postal tiene esa riqueza de ser como un mini poster, un objeto coleccionable pero a una escala muy cercana”, indica Adrián.

Crespi y Candelmi bautizaron el emprendimiento con un nombre fuerte: Terrorismo Gráfico.

Salieron diez números, hoy muy buscados por los amantes del arte en papel.

Tras aquella experiencia, el atrevimiento llevó a Crespi y Candelmi a dar un paso mucho más allá. Así llegaron los Museos Postales Móviles: objetos culturales, cajas bellamente diseñadas que encierran “salas” de exposición repletas de postales donde fotografías y dibujos de artistas destacados se conjugan para conformar verdaderas obras de arte. Hicieron dos, uno dedicado a la tecnología (“Tecno”) y otro centrado en las bajas temperaturas con formato de heladera (“Frío”). Hoy, que el proyecto Terrorismo Gráfico se encuentra en stand by, Adrián revela que existe un tercero, dedicado a la música, a la espera del momento adecuado para salir a la luz.

Pero no todo es una postal. Un libro muy especial, publicado en 2017, “Madres, 40 Años, 30 Mil Hijos”, contó con el diseño gráfico y el aporte creativo de Candelmi. Así lo relata él: “Tuve el honor de ser convocado por las Madres de Plaza de Mayo de Neuquén y Alto Valle. Mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos siempre han colaborado con ellas. Fue una experiencia alucinante. Yo les mostraba las cajas de Terrorismo Gráfico, les contaba sobre posibles diseños y todo el grupo, al principio, miraba con cara de ‘¿qué es esto?’, pero finalmente pudimos hacer algo hermoso, donde se rescatan momentos importantes de la lucha por la memoria, la verdad y la justicia. El postre fue presentarlo el 30 de abril de 2017, a sala llena, en el Cine Español de Neuquén, con músicos locales y el cierre de León Gieco”.

El publicitario agrega: “También tuve la satisfacción de montar una muestra de afiches por los cuarenta años de las Madres hechos por los alumnos en mi cátedra Diseño para el bien público, de la carrera de Diseño visual de la Universidad Nacional de Río Negro, donde realizamos una nueva presentación y las recibimos y homenajeamos como se merecen”.

   Y, claro, en la carrera de Candelmi, resalta PechaKucha… “Fue la forma de, instalado en Bariloche, recuperar un poco la dinámica que tenía con Terrorismo Gráfico, en el sentido de hacer un trabajo creativo colectivo.”

Pero ¿qué es PechaKucha? Adrián explora los orígenes de la experiencia y llega hasta nuestros días: “Los creadores son dos canadienses que fueron a Tokio y tuvieron que hacer un encuentro de arquitectos –que, ya se sabe, hablan mucho–; decidieron buscar una forma de que todos tuvieran la misma cantidad de tiempo, entonces acotaron el espacio de los oradores a seis minutos y cuarenta segundos: una persona hacía su exposición mientras se proyectaban veinte imágenes, cada una expuesta durante veinte segundos. El formato prendió muy bien, por lo que decidieron extenderlo a otras disciplinas. PechaKucha (un término que viene del japonés) significa cuchicheo, ya que la gente que va a las charlas comenta por lo bajo lo que sucede en cada exhibición. En una noche pasan nueve o diez expositores, y en la cabeza de la gente que va a ver las charlas queda una coctelera creativa impresionante. Ahora se hace en varios lugares del mundo. Yo había hablado en una que se hizo en Buenos Aires. Ya en Bariloche, me contacté con los organizadores y me habilitaron para ser el representante en esta ciudad. Ellos plantean que el primer año tenés que hacer cuatro. Luego, las vicisitudes hacen que hagas algún encuentro anual más o alguno menos. El primero que hicimos fue un martes de mayo de 2014, en un bar que estaba por la calle Palacios, y el lugar se llenó. Las últimas veces nos reunimos, con gran éxito, en Plaza Uno, en avenida 12 de Octubre y Onelli”.

En la foto, Adrián junto a los oradores de la 9na ediciòn del Pechakucha Nigth Bariloche. (foto Pechakucha)

“Me encanta hacer PechaKucha”, añade. “También es, sobre todo al traer invitados de Buenos Aires, una forma de reencontrarme con amigos. Además, me gusta ‘el día después’, cuando por lo general armamos una actividad extra, como un taller o un seminario, para aprovechar el viaje que hizo alguno de los visitantes y, al mismo tiempo, que la gente de Bariloche pueda tener algo más de personas que tienen mucho para aportar.”

“Como organizador, tengo el plus de conocer, en cada edición, a siete u ocho personas de Bariloche muy interesantes: creativas, solidarias, inteligentes…”, completa.

Adrián, con PechaKucha, se ha transformado en una especie de celestino cultural, ya que une a gente de diferentes ámbitos, crea conexiones, colaboraciones… Y eso es bienvenido en una localidad que, a veces, parece adormecida.

En ese sentido, manifiesta: “En la Patagonia hay un gran germen creativo, pero, a la vez, noto que una parte se atenúa, ya sea por el clima, por las condiciones geográficas… es muy difícil trabajar creativamente en Bariloche. Como sé que este es un lugar complicado para ejercer mi profesión, me muevo, viajo y armo cosas… Igual, creo que hay que seguir intentando”.

   –¿Cómo definirías tu vínculo con la ciudad?

–Es una relación bastante particular. Yo soy más de la noche y el rock & roll, me gustan los circuitos culturales… y acá todo es lago, la gente vuelve a su casa temprano… Yo imaginaba algo mucho más fértil para poder sembrar creativamente, y me doy cuenta de que, por momentos, el trabajo que se debe hacer es fabricar la tierra para recién después poder sembrar… Comprendo, y lo charlo con distintas personas, que acá muchos han venido a buscar paz, tranquilidad, montañas, lagos, deportes extremos… y yo todo eso lo veo en una foto y digo ‘qué lindo’, pero… Por ejemplo, para mí, que soy docente de alma, con más de treinta años de experiencia, no tener posibilidades de ejercer en la ciudad es complejo… Pero creo que las cosas están cambiando, y yo aporto mi granito de arena. Como decía Roberto Arlt, ‘por prepotencia de trabajo’ las cosas se dan…

 

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